No siempre es fácil recibir una carta, sobre todo cuando esa carta la remite la Unidad de Mama del Hospital Virgen de Valme y tú ni siquiera te acuerdas de que hace solo unos días te sometiste a un reconocimiento preventivo y rutinario.
No, no es fácil.
Incapaz de abrirla por el momento, comienzas a darle vueltas y más vueltas entre tus manos con dedos temblorosos, intentando adivinar que palabras han escrito en su interior. La dejas sobre la mesa, la vuelves a coger, la vuelves a soltar y de cuando en cuando miras tras la ventana como se empieza a romper esa tarde de primavera. “Primavera Maldita”, te dices. Y a vueltas de nuevo con la carta.
En un arranque de valentía te arrojas a abrirla, todo sea por aplacar ese loco corazón que te late inmisericorde en la garganta, (por aplacarlo o por destrozarlo). Una nueva mirada a la ventana y rasgas el sobre incapaz de controlar tu temblor.
Primero la lees de corrido para terminar pronto y te saltas más de dos y tres palabras. No has entendido casi nada. Pero ya has hecho lo más difícil, por lo que vuelves a leerla de nuevo, esta vez más despacio y consciente de lo que lees. La dejas suavemente sobre la mesa y de nuevo tus ojos vuelven a la ventana.
La tarde se ha roto por completo.
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